«Mis pacientes…»

Reconozco cierta envidia cuando mis compañeros que trabajan en primaria me hablan de «sus pacientes», porque la longitudinalidad es un hecho atípico en el hospital, y la continuidad, depende…

Curiosamente, después de cuatro años de residencia en el C.S. Barrio del Pilar, y un año de adjunta en la urgencia, descubro que (yo también) aún conservo alguno de mis pacientes de residente. Y, ese «mi», reconforta; pero no por el posesivo, sino por la sensación de confianza, por la solidez de la relación médico-paciente, por el vínculo sagrado invisible y, aún, intacto…

Hoy, en mi último día en funciones docentes plenas, puesto que mañana, el oficial, estaré de guardia, pasaba por el filtro, después de la sesión de los residentes, cuando de la cola de espera del triaje emergió una mano asiendo fuertemente el antebrazo, deteniéndome con un «¡Qué suerte que estés aquí Raquel!«, no porque fuesen a cambiar los acontecimientos, no porque fuese a agilizar ningún trámite, sino por un punto de referencia, por el alivio que no está descrito, pero existe, y no proporciona ningún medicamento…

A mi respuesta y modus operandi, el mismo con todos los pacientes, que no distingo príncipes de mendigos, la celadora me pregunta si es familiar mío; «no, respondo, eran mis pacientes en el centro de salud«, lo que corrige ella desde la silla de rueda, con el rostro quebrado por el dolor aún, «no, somos sus pacientes desde que trabajaba en el centro de salud«-me sonríe. Y ese matiz me sobrecoge, porque así lo siento, todos aquellos pacientes que traté, que valoré, que atendí en mi consulta 11, son y serán mis pacientes de por vida…